¿Quién no ha
sentido la necesidad de saber de la vida de otras personas?, conocer detalles,
lugares, horas, colores, sabores, comentarios… saber sin tener muy claro si después
se va a atormentar o a alegrar por lo que supo, pero saber. Si usted no ha
sentido esas ganas ridículas de enterarse de algo con relación a alguien, no se
preocupe o no se despreocupe, tarde o temprano las va a sentir.
Los seres humanos
somos curiosos, nos gusta saber cosas, a unos más que a otros y en temas tan
diversos como personalidades hay en el mundo, pero si hay algo que además del
hecho de tener ombligo nos une como especie, es que nos encanta dar nuestra
opinión y si es respecto a otro ser humano nos encanta el doble; no es que eso
tenga nada de malo, el problema viene cuando empieza a importarnos tanto la
opinión que tenemos frente a una persona en concreto que dejamos nuestra vida
de lado y nos dedicamos a ofender o defender a seres, que probablemente quieran
meter nuestras opiniones en una cuenta de ahorros para ver si así les generan algún
interés.
Desde mi punto
de vista, tener una opinión y expresarla está bastante bien siempre y cuando,
esta no atente contra la integridad física o emocional de nadie. Deborah
Tannen, socio lingüista, francesa, menciona que hablar de las opiniones
personales que tenemos frente a otros
seres humanos es útil pues “crea amistades, siempre que el interlocutor
responda en la forma esperada”, pero qué pasa cuando el interlocutor no
reacciona de la forma que se espera o cuando sí lo hace a pesar de que la
opinión en cuestión sea un ataque directo a otro ser humano.
Uno de los
problemas emocionales más frecuentes en quienes hablan de más para dañar a otros
es la envidia, que se define culturalmente como un sentimiento desagradable que
se produce al percibir en alguien más, algo que se desea y que dificulta el desarrollo
de quien la padece y sus relaciones con los demás; para mí, quienes conversan y
enjuician partiendo de algo tan insípido y triste son individuos, que muy
lamentablemente consideran que tienen una vida tan vacía que necesitan entrar
en la privacidad de otros y hablar al respecto, tal vez porque al no tener una
personalidad lo suficientemente definida y fuerte pasan sin pena ni gloria por
vidas ajenas y como son incapaces de llamar la atención por ellos mismos, eligen
hacerlo a través de los demás, generalmente, este se vuelve un comportamiento
reiterativo y entran en una espacie de círculo donde a medida que crece la
necesidad de invadir la privacidad de otros, crece también su envía hacia estos
últimos y sus ganas de seguir llamando la atención a través de ellos.
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